No
es el único, sin duda, el colegio público Nuestra Señora de Linares, el que
merece ser considerado centro diez, pero al celebrar días pasados la Semana de
la Familia y haber sido testigo de tal proyecto, quiero homenajear, desde esta
sencilla columna, a todo el profesorado que siempre pero, con motivo de tal
festividad, ha trabajado en línea de promover entre el alumnado el gran valor
de la familia, programando para tal fin una serie de actividades en torno a la
lecto-escritura, cuyo ámbito incluía, como no podía ser de otra manera, a los
padres que, colaboradores siempre,
prestaron apoyo a todas las iniciativas, así como testificaron su interés con
asistencia a cuantos actos habían sido programados expresamente de cara a que
participaran, como padres, en esta gran responsabilidad y tarea de ser apoyo
constante en la educación de los hijos, en general y en la lectura de forma muy
particular.
Personalmente
me sentí conmovida por el trabajo de todo el centro en
torno a la lectura de obras de las que soy autora, pudiendo dar fe del
entusiasmo de los alumnos expresando sus cientos de trabajos en torno a ellas.
Gracias, pues, al claustro de este gran centro público y gracias a los padres
que tan generosamente me recibieron, escucharon y obsequiaron. Recordé aquella
frase que dice: «la sonrisa de mi cara no significa que mi vida sea perfecta.
Significa que agradezco lo que tengo, con lo que Dios me ha bendecido» y,
-añado-, sobre todo, con el cariño que recibo. Gracias, compañeros, padres y
alumnos; he sonreído y también he llorado. ¡Tantos recuerdos, tantas cosas...!
Y
os dejo como mensaje una frase que no es mía, pero con la que comulgo
totalmente: «La educación es el arma más poderosa que podemos usar para cambiar
el mundo».
Y
yo os digo más: el mundo no está lejos, el mundo somos todos y cada uno de
nosotros.
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