martes, 27 de mayo de 2008

TRAGARSE LAS LÁGRIMAS

¡Cómo recuerdo las veces que he tenido que tragarme las lágrimas por aquello de que hay que ser fuertes, positivos, resignados y hasta héroes, llegado el caso!

Sí, poco más o menos es lo que a mazo y martillo se nos inculcaba en los ámbitos educativos de otros tiempos.

Muy mala prensa la de las lágrimas que eran consideradas como sinónimo de debilidad, cobardía y, lo que es peor, cosa de mujeres.

La generación de los que hoy ya casi todos somos abuelos, pues eso, ¡que hasta de llorar fuimos privados! Una perragorda que cayera en nuestras manos, ¡chinitos al canto! Un insustancial caramelo, sacrificio por los pecadores, y así suma y sigue que vaya infancia y juventud que vivimos.

Pero resulta que personalmente me elaboré mi índice de trágalas a fin de seleccionar las que fueran realmente constructivas. Y he aquí que solo quedaron algunas. Muy pocas. Entre ellas las lágrimas ocupan un primerísimo lugar, porque el llanto es, ante todo, una expresión del alma, de nuestros sentimientos, de nuestras emociones y puede, muchas veces, ser remedio para curar nuestros peores momentos.

La belleza del ser humano a mí me parece que reside en sus ojos, que son la puerta de entrada y salida al corazón.

Y el corazón llora por razones variopintas. Sin ir más lejos, anoche, viernes, tras la tormenta, y tras el cristal de una ventana, me pegué el lote. Era el asfalto de mi avenida mojado, y eran los semáforos y los faros de los coches reflejados en él, y era la cálida frescura de la noche, y eran los recuerdos, y la inauguración de la feria que me llegaba en fuegos artificiales, y era el mundo, los amigos, el deseo de eternizar aquel momento...

Sí, puede que sea un poco tonta, pero soy el personaje que tengo encomendado cuidar y es por ello que voy y le digo: ¡No te prives; si quieres llorar, llora!, porque una indigestión de lágrimas, ¡uf!

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