07/07/2009 ISABEL Agüera
Fue divertida la anécdota vivida el pasado fin de semana en un pueblecito de la costa. Con la cámara de fotos a cuestas, me detuve en una iglesia, precisamente cuando las campanas anunciaban el tercer toque para misa.
Me senté en el último banco. La gente que iba entrando, en su mayoría mujeres, pertenecientes a la tercera edad, con evidentes deterioros físicos, acudían, no obstante, en una especie de éxtasis nostálgico que imprimía a sus rostros un halo de seráfica felicidad: saludos, cuchicheos... Cuando el revestido sacerdote llegó al altar, observé cómo dos fieles devotas, mostrando sorpresa, decían algo: "¡Este cura no es el nuestro! ¡Vámonos a por nuestro café y churros!".
Y los palos del sombrajo se me cayeron estrepitosamente cuando, a "cojetadas", desaparecieron en un santiamén. Y es lo que yo me dije y me digo: ¿acaso es lo mismo fe que credulidad? Porque lo que aquellas señoras evidenciaban no era fe, ¡qué va!, sino una absurda devoción hacia una determinada persona. En estos tiempos posmodernos es muy fácil confundir los términos, y practicar una ciega credulidad que viene a ser un modo infantil de creer sin la exigencia de pensar, buscar fuentes, adquirir compromisos. etc.
En definitiva, una creencia de oídas, entregada a iconos sociales o comerciales, pero que son cómodos, distraen, cautivan y divierten.
Yo creo que la fe verdadera no es un sentimiento subjetivo, ni una creencia ciega en algo o en alguien. La fe se basa en la creencia que se da a algo o a alguien por la autoridad de las fuentes. Y la fe católica descansa en la Biblia y en los Evangelios.
Y esto es, como dice mi frutero con respecto a su fruta: es lo que hay. ¡Igualito que las lentejas! El que quiere las come y el que no, las deja. Y eso de acudir a la Eucaristía por la cara bonita de un cura, para mí que de fe, nada de nada. Ante todo, un entretenimiento como cualquier otro.
* Maestra y escritora
* Maestra y escritora
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