ISABEL AGÜERA
¡Qué repetida y hasta manida me resulta la frase tan en uso de que hoy no hay valores! Ciertamente es un tema recurrente para justificar casi todo lo referente al comportamiento de niños y jóvenes.
Y de ahí que autoridades gubernamentales y educativas urjan la necesidad e importancia de que las instituciones ofrezcan no sólo información sino una formación, una educación en valores de siempre que han desaparecido, parece ser, de la escena de nuestras vidas y cotidianidades. Y ahí están los cursos, conferencias, seminarios, escritos, etc. dedicando tiempo, dinero y todo tipo de reclamos con relación al tema.
Es paradójico, no obstante, como, desafortunadamente, los grandes avances de la ciencia y tecnología han hecho que el centro de la educación se reduzca, en casi su totalidad, a la simple transferencia de mucha información porque eso es lo que se exige, lo que se espera por todos de cara a un muy incierto futuro del que me decía una madre es como un largo y oscuro túnel en el que entran todos y del que sólo ven la boca de salida los sobresalientes, los pocos bien preparados para abordarlo con éxito.
Y ahí, en esa contradicción nos debatimos. Es decir, en aras de un rápido y vasto aprendizaje se ofrece, desde todos los ángulos posibles una información científica, preferentemente informativa, que descuida el aspecto formación humana la cual proporciona al hombre el sentido y trascendencia que puede tener su vida. Por otra parte, un valor es una especie de principio que eleva a la persona a niveles superiores, pero ni se improvisa, ni se predica.
La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que les guían durante toda su vida –Juan Pablo-, luego se impone una seria reflexión porque la salida del túnel, la luz del final, se enciende o no para siempre en el hogar.
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