OPINIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
iI. Agüera 30/10/2012
¡Cuánta belleza en la sencillez!
Así como es un don de los hombres --dice Molière-- de gran talento decir muchas cosas en pocas palabras, es por desgracia en los sujetos de pocos alcances hablar mucho para no decir nada. ¡Bueno, pues por ahí andamos!
Y resulta que leía anoche un poema que decía: Se oía el ulular del viento- Y, eso, que pensando, me dio por conjugar dicho verbo: Yo ululo, tú ululas, él ulula- ¡Si resulta que ululamos todos!
Siguiendo con las frases dice Tales: Cuida tus palabras; que ellas no levanten un muro entre ti y los que contigo viven. A lo que iba: No son muros los que levantamos hoy día en la comunicación, sino murallones con un hablar y hasta escribir chungo, cargado de ausencias de contenido en un derroche de palabrería que aburre al más santo.
No aprendimos, o se nos olvidó, el arte de hablar o escribir con pocas, sencillas y sentidas palabras sino que ululamos como si quisiéramos rellenar espacios y responsabilidades que nos pesan y que nos hacen caer en una inercia creativa, repetitiva y plagiada, muchas veces, con lo cual creemos cumplir el expediente y no decir nada o en cualquier caso tratando de gritar más que el oponente para así dar más impulso a nuestro absurdo discurso.
¡Que perdida anda la señora oratoria! La elocuencia, el arte de hablar debió quedarse allá, en la historia de la lejana Grecia o tal vez se lo tragó Caliope, porque una aguja en un pajar resulta encontrar conversaciones, conferencias, escritos que con pocas palabras nos digan todo lo que deseamos saber o conocer.
Comprimir sin omitir, comunicar sin recurrir a tecnicismos y cultismos es más que complejo. De ahí que todos practiquemos, en más o en menos, el arte de ulular en lugar del arte de hablar o el de escribir obras sin base de párrafos de aquí y de allá que marean al lector sin saber qué es el grano y qué la paja. (¡Es la moda, niña! ¿Acaso no lo sabes?)
* Maestra y escritora
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