EDUCACIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
7/11/2012
Mentir a uni niño/a es cerrarle la puerta
de todas las `posibles verdades.
Un niño de siete años llegó una mañana a clase con los ojos rojos de haber llorado. Mi abuelo se ha muerto --me dijo--, y dice mi madre que se ha dormido, pero yo lo que sé es que el cura se lo ha llevado al cementerio. Tratando de consolarlo, le dije: Es que en el cementerio se guardan todos los abuelitos dormidos... Muy resuelto, y yo diría que indignado, el pequeño exclamó: En el cementerio se guardan los muertos, y si mi abuelo está dormido, mejor que mi madre lo guarde en mi casa.
Avergonzada por mi torpeza reflexioné y me dije: Decirle la verdad es siempre el mejor remedio que podemos ofrecer a un niño. Una tontería para salir del paso puede resultar una mentira capaz de borrar todas las verdades que le queden por aprender en la vida.
Solo han pasado unas fechas del Día de los Difuntos y me parece, por tanto, recurrente el tema de la muerte, que en mucho sigue siendo tabú para la gran mayoría de padres y maestros. Por lo general, hasta los cinco años, los pequeños creen que la muerte no es algo definitivo e irreparable, sino que lo entienden como algo provisional y reversible.
Entre los 6 y 8 años, los niños comienzan a desarrollar un entendimiento más realista sobre la naturaleza y consecuencias de la muerte. Y no podemos evitarlo por mucho que queramos inventar mágicas historias que los alejen de la realidad: Si mi abuela está en el cielo --me decía otra pequeña--, ¿por qué no cae, cuando llueve? Tratar de protegerlos con explicaciones vagas o inexactas puede crearle ansiedad, confusión y desconfianza.
Yo creo que, cuanto antes, debemos educarlos en una aceptación serena de la realidad que es la vida y la muerte como proceso natural en todos los seres vivos.
Las explicaciones como "se fue al cielo" ó "está dormido" crean grandes interrogantes sin respuesta. Abrir, sin miedo, la puerta de la verdad debe ser lo primero siempre.
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