DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
ISABEL Agüera 10/09/2013
Recuerdo aquellos años de la posguerra, cuando el saber leer y escribir era privilegio de pocos. No sé qué años tenía cuando mis precoces inquietudes me llevaron a los libros pero puedo verme, una mocosa, con prisas por pasar de un Camarada a otro, con prisas por hojear enciclopedias y diccionarios. Así, pronto mal escribí mis primeros cuentos y poemillas, pero, sobre todo, me responsabilicé de escribirle cartas a una chica de servicio de casa cuyo novio andaba por la mili.
Ella me dictaba repetidas y populares frases de amor, pero el final se lo reservaba: muchas cruces y ceros, jeroglífico cuyo significado yo ignoraba, pero ni un ápice de la hoja quedaba en blanco. Un día me dijo: son besos y abrazos que le mando porque lo quiero mucho.
Un mundo nace cuando dos se besan. Esta frase de O. Paz cada día me resulta más real, porque voy comprobando cómo todos necesitamos que alguien nos mande un cero o una cruz con toda la sinceridad y cariño que los seres humanos somos capaces de dar, ya que, a veces, nos sentimos tan solos, tan deprimidos que nos parece gritar, sin respuesta, en un desierto de astros sordos y mudos.
Y es cierto que el mundo nacería o cambiaría si no solo con los labios sino también con una mirada, palabra, con una sonrisa hiciéramos sentir al otro que no está tan solo, que al menos una voz se alza en el inhóspito habitáculo en que hemos convertido la tierra con aquellas lindas palabras que hoy hago mías y dedico a gente conocida y desconocida, real o virtual, triste o alegre, gente que retorna, que se va o que no se ha movido pero que sé están y tienen voz y sienten y aman y desean y esperan:
¡Eh! --les grito-- ¡Que estoy aquí!. Yo os mando besos y abrazos, desde nuestra tal vez lejana y desconocida cara pero de necesidades, deseos, de alma --lo sé-- idéntica a la mía. No, no veo enemigos; tan solo seres humanos de mi misma talla y con idénticas necesidades.
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