DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN
24/9/2013
ISABEL AGÜERA
El tener
la memoria histórica en pleno funcionamiento no deja de ser un privilegio que a
Dios gracias. Y estos días como que me daba las horas y hasta los cuartos,
recordando aquellas ropas de la posguerra que pasaban de una familia a otra y
de unos hijos a otros, tras una y otra vez, vuelta al derecho, vuelta al revés.
Y estrenos van y estrenos vienen, pero, ¡claro!, con aquel, también histórico,
estado del bienestar, aquello quedó para cuentos de cenicientas, pulgarcitos y
nostálgicas memorias.
Pero, lo dicho: hoy doña memoria me ha remitido a
aquellas viejas, pobres y olvidadas historias. Y todo a cuenta de los libros de
texto de uso en nuestras escuelas. Que está bien, claro que sí, que sirvan de
un año para otro, y que los centros los repartan gratuitamente y esas cosas,
pero, ¿qué durante cinco años sirvan a distintas promociones de alumnos?
Los niños, por cuidadosos y responsables que
sean, los traen, los llevan, los abren, los cierran, subrayan, toman notas,
etc. Son libros que perdieron el gratificante olor de sus páginas, y el
colorido de sus ilustraciones, y la tersura de sus hojas, libros ajados,
arrugados, viejos, en definitiva. Libros, que para nada, y ya era poco de
nuevos, motivan.
Y digo yo: ¿No tendríamos, de igual manera de
cara a economizar y empezando, sí por los padres de la patria, y por los más
pudientes, como antaño, por un traspase de costosos trajes, carteras, coches,
ordenadores...? Eso es: cinco años, le toque a quién le toque con herencias
renovadas. ¡Ay, ay, qué cosas! ¡Que los más débiles, nuestros niños, no tengan
la satisfacción de hojear, oler, sobar libros nuevos o seminuevos!
¿No sería mejor, al menos, tachar para siempre
los dichosos cuadernillos, que son una pasta, y que por narices hay que
estrenar y pagar todos los cursos?
Si a los seis años, los
niños no quieren ni ver un libro, ¿qué podemos esperar del mañana lector?
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