DIARIO CÓRDOBA/EDUCACIÓN
20/05/2015
En la vida de los pueblos, de los individuos, siempre hay
un momento decisivo en el que la historia comienza o cambia radicalmente. Si
nos detenemos un momento y observamos el movimiento de la vida a nuestro
alrededor, veremos que es permanente renovación. Nuestro cuerpo ya no es el de
ayer; ha habido renovación: muerte, nacimiento. No obstante hay algo en
nosotros que se resiste al cambio: nuestra mentalidad acomodada a unos esquemas
que la soportan con una facilidad asombrosa basada en la rutina de la
cotidianidad. Pero nuestra inercia tiene un nombre preocupante y trascendente:
irresponsabilidad.
Hace unos días alguien me comentaba: ¡qué vergüenza y qué
pena de jóvenes! Tras un concierto en las Tendillas, el espectáculo era
dantesco: niños, de no más de catorce años, fumando, bebiendo… Botellas,
papeles, bolsas, etc, por los suelos. Empujones, palabrotas, peleas, ¡ninguna
educación!
Efectivamente nuestra reciente historia comenzó ayer y no
se repetirá mañana. De ahí que los esquemas educativos tampoco pueden quedar
inamovibles y sometidos solo y exclusivamente a los intereses políticos por un
lado y a los de familias que se lamentan, sí, pero que llegan tarde al
movimiento que puso en órbita los malos hábitos de los hijos.
La educación de hoy pasa por un precoz e ininterrumpido
diálogo en el que se prime hablar con ellos al hablar a ellos. Me decía un
padre al respecto: no puedo negarle a mi
hija que asista a un concierto al que van todas las amigas, pero yo estaré
cerca, aunque no revuelto.
Creo que esa es exactamente la actitud. La educación no
puede quedar al margen de la evolución y de los cambios, anatematizando,
castigando y prohibiendo. Pasó el tiempo del patriarcado y pasó el tiempo de pensar
en las escuelas como edificios y llegó para todos el tiempo de educar en los
cambios, cerca, muy cerca de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, muy cerca,
sí, pero no revueltos.
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