DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
Martes 5 de abril de 2016
Una vez más tengo que contar una anécdota vivida en primera persona y que
nos lleva a reflexionar cómo una especie de pánico ambiental cunde por nuestra
sociedad.
Muy temprano. En mi cafetería habitual entra un hombre desconocido: gorra
hasta los ojos, barba, de poca estatura y dos mochilas al hombro más grandes,
mucho más que él. Directamente entra a los servicios. La respiración se nos
entrecorta a los madrugadores cafeteros que sin mediar palabras nos miramos
como diciendo: ¡el bombazo!. El silencio parece un mal presagio que se acentúa
a medida que pasan los minutos y el susodicho personaje no sale. Mi particular
imaginación me lleva a verlo instalando el artilugio, y me dan ganas de salir
corriendo.
Las miradas de unos y otros se tornan interrogante: ¿qué hace? ¿por qué
tarda tanto? Nadie habla y el café se nos atraganta. Al fin sale y se va como
entró, pero el miedo y las interrogantes se quedan. El dueño de la cafetería,
más silencioso que ninguno, se dirige rápidamente a los servicios. Un sorbo de
café y un ligero alivio: no hay nada --dice--. Alguien pregunta, al fin: ¿has
mirado en la cisternas?
Lactancio, escritor latino, dice: Dónde el miedo está
presente, la sabiduría no puede existir. No hay lugar a la cultura, sabiduría,
ni a un sorbo de café, cuando somos presos del pánico. Y hoy lo somos y, si
bien es verdad y necesario estar informados debidamente de los nuevos peligros
que cunden por el mundo y que pueden acecharnos dónde menos lo esperemos, ¿qué
podemos hacer con semanas enteras contemplando a todas horas imágenes
repetitivas, del terror, de la muerte, del dolor? El pánico nos paraliza,
silencia y atraganta. El horror es una realidad, pero nada podemos solucionar
los ciudadanos de a pie. Información, sí, terror, pánico, morbo, no. Bastante tenemos
todos con lo nuestro para, por si fuera poco, vivir acogotados por una simple
mochila.
* Maestra y escritora
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