01/09/2009 ISABEL Agüera
La verdad es que toda la vida repitiendo la consabida frasecita y, bueno, ¿qué tendrían que decir las piedras? Yo creo que nos volveríamos locos si se les soltara la lengua, así que mejor calladitas, pero lo que no puedo silenciar es la siguiente anécdota: un chaval de quince años, con un catarro de mil demonios, meditabundo, ensimismado... Literalmente, y con perdón, "cagao" creyéndose enfermo ya de la gripe que nos come. Otro pequeño, cuatro años, se sienta junto a él y, tras observarlo, exclama: ¡Tú vas a tener la gripe A!
¡Para comerse a la criatura que vino a rematar el pánico del griposo psicológico! Y, sin duda, soltamos la carcajada los asistentes al diagnóstico pero, sinceramente, creo que el temita es más bien para llorar, porque no hay madrugada ni boletines horarios que no empiecen dando el parte de fallecidos, enfermos confirmados y por confirmar, el parte de aislados, enmascarillados, etc.
Claro, a continuación viene la paz al espíritu. Si no hay que alarmarse, si no es grave, si no la palaman que la gripe de toda la vida.
Como las piedras no hablan, yo voy a un peñasco fósil que tengo en mi terraza y le pongo voz. Que son muchos los miedos digeridos en este cuerpo gitano a lo largo de mi ya dilatada existencia, que si hay que dar parte de muertos que se diga también los que mueren de hambre, de cáncer, frío, calor, los que mueren en guerras, pateras, etc. Pero que se diga a cada hora y por cada medio.
Siempre con la espada del tal Damocles pendiendo de un cabello sobre mi cabeza. Siempre con la soga al cuello y la sombra de no sé cuantos demonios siguiendo mis pasos.
¡Uy, uy, mi pedrusco cómo charla! También tiene años y puesto hablar no hay quien lo calle.
No hay derecho a que hasta los niños, sin saber qué dicen, estén asustados. No, no lo hay a que entre unos y otros nos tengan siempre en agónico trance. Si hay que morirse, pues, ¡hala, con las botas puestas!
Y, claro, esto no lo digo yo. Lo dicen, ¡milagro! las piedras.
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