DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
8/ 10/2013
Suele
decirse aquello de que la fuerza se nos va por la boca y como otros muchos
dichos los repetimos sin caer en la cuenta de su verdadero significado. Una
frase de Voltaire me hizo pensar, años ya, en el por qué somos tan dados a ser
protestones, refunfuñones, gruñones de pasillo, de escalera y, no obstante, nos
volvemos sepulcros a la hora de hablar, reclamar, protestar- dónde, cuándo y
cómo debemos hacerlo.
¡Los
prejuicios, el miedo --dice el filósofo--, es la razón de los tontos! Y la
razón de los listos --digo yo--, la razón y la fuerza es hacer oídos sordos a
la minoría que osa alzar la voz y de paso descalificarla, anatematizarla y si
fuera posible llevarla al cadalso.
¡Bueno, bueno! Así nos van las cosas a todos
los niveles. Sí no doblamos la espalda nadie nos montará encima.
Sinceramente
siento no solo pena sino repulsa, indignación, rabia cuando gente a la que he
escuchado en la "antesala" quejarse hasta del color del pelo del
"doctor", cuando lo tienen delante, cuando hay que dar un paso al
frente, cuando una justa protesta se puede verbalizar, agachan la cabeza,
cierran la boca y se conforman con cualquier diagnóstico por injusto y distante
de lo correcto que sea.
Por
ahí se dice que tenemos libertad de expresión, pero nada más lejos de esa
aireada libertad que nos enmudece ante el miedo a que nos señalen con el dedo
--cosa que ocurre--, miedo a que tomen represalias --cosa que ocurre--. Miedo,
tengo miedo, mucho miedo...
Me decía una mujer no hace mucho: ¡Chica, es que tengo miedo tal y
como están las cosas, cualquiera habla! ¿Miedo a qué? --le contesté--. Nacimos
solos, moriremos solos, sufriremos, enfermaremos solos. ¿Miedo a que nos puedan
llamar protestones? ¡Si lo somos! Pero, claro, la fuerza se nos va por la boca
en los cruces, en las esquinas, ascensores, etcétera.
Sinceramente, solo le
tengo miedo a mi conciencia. Fin de la cita.
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