DIARIO
CÓRDOBA/OPINIÓN
09/06/2015
Bueno, pues eso fue lo que me sucedió a mí en mis tiernos
años y en familiar pacto. Se trataba de pactar con mis hermanos unas jícaras de
chocolate. ¿Y qué pasó? Pues que la más lista de los siete se comió mi ración,
dejándome con la boca abierta y sin saber hacia dónde mirar.
Una frase de
Goethe dice: No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan solo si
marchamos por el mismo camino. Y en el caso de mi pacto chocolatero estaba
claro que tal vez la ingenua propuesta de mi hermana tenía por camino otra
calle: ración doble para ella. En estos días dos palabras se han convertido en
muletilla que se engullen nuestro rico vocabulario: pacto y cambio.
Entiendo
poco, nada, de estos negocios entre políticos, pero uno, honesto al cien por
cien, me dijo un día en los albores de la democracia cuando mis fervores me
reconducían hacia el "apostolado" político: tú no sirves para esto,
porque en política, para comer un bocado, tienes que comerte el de otro o lo que
es igual; para subir un peldaño, hay que hacerlo pisando cabezas.
¡Madre mía
qué fuerte! ¡Qué va, si yo no sirvo para quitarle a otro su ración, ni, mucho
menos para machacar ni tan siquiera la cabeza de un alfiler! Aprendí a pasar
por tonta mirando la mano que con el índice me señalaba la luna, pero temía que
la luna no fuera tal sino un enmascarar intereses y hacerme perder mi
chocolate.
Pienso, no obstante --ya voy siendo más listilla-- que no todo el
mundo busca en los pactos ración doble y de ahí que perdamos el miedo a estas
palabrejas que corren más que el "tío la lista" y esperemos, eso sí,
que unos y otros, pacten o no, marchen por el camino que todos deseamos y
esperamos que no es otro que el bien de España. ¡Venga, vamos por la madre
esperanza!
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