Recordando a los que fueron más que amigos
Carta al fallecido Juan
Luis Gonzáles Ripoll y escrita cuando aún vivía.
... Y yo, como gaviota cansada
sigo arriando mis vuelos en sus orillas.
Cito
textualmente palabras de alguien que
refiriéndose a la amistad me decía: A veces necesitamos mucho tiempo, mucho
esfuerzo para ir avanzando en el conocimiento de otro, para consolidar una
amistad. Suele ser lo habitual. pero sin embargo hay otras ocasiones en las que
el avance del conocimiento se produce a una velocidad tan insospechada que nos
deja perplejos. Más adelante añadía: Y este es mi caso contigo. ¿Tú
puedes decirme cuál es el misterio?
Hoy, querido José Luis, un
amigo común me comunicaba por teléfono tu estado de salud y cómo, ingresado en
el hospital, preguntabas por mí y expresabas
tu deseo de verme. En la soledad
de esta casa irrumpió un halo de congoja, al tiempo que mis
pensamientos, en un vaivén de recuerdos, me devolvían al amigo entrañable de
siempre. Al hombre que me distinguió con su más puro afecto. Al intelectual que, con tan sólo un encuentro, me aceptó sin límites, a mí,
ingenua discípula de sus muchos méritos y virtudes.
Por eso a ti, querido José
Luis, yo te hago hoy a ti la pregunta: ¿Puedes decirme cuál es el misterio?
Creo que, en nuestro caso, sé la respuesta: tú, hombre superior, me valoraste sin competitividades, sin
participar en las conjuras de los necios, porque tus alas siempre se
alzaron por los aires limpios de la
generosidad y el reconocimiento.
Tu recuerdo hacia
mí en este mal trago, si bien me ha invadido de pesar, me ha reconfortado, no
obstante, el alma: le importo a alguien: te importo a ti que eres mucho más que
alguien.
¡Cómo recuerdo, y cuánta emoción y agradecimiento siento por aquel homenaje que organizaste en
mi honor! ¡Cómo te veo y me veo en tu
confortable estudio de la calle del Niño Perdido, dándome ánimos, sentada en la
alfombra, junto a tus rodillas, leyéndome
fragmentos de mis propias obras, relatándome maravillas de tu tan querida sierra de
Cazorla...! Allí, amistad y literatura;
allí sinceridad y afecto; allí el triste compartir panoramas que ni son de tu
mundo, ni tampoco del mío.
Te quiero, amigo, te necesito. Quédate un poquito
más. Ponte bueno. Necesito que me sigas llamando mi escritora, mi amiga. Sólo
así sabré que lo soy, porque tú eres
hombre sumamente selectivo y de palabra.
Y se fue, se
desvaneció como la espuma de las olas en la playa, y yo, como gaviota cansada
sigo arriando mis vuelos en sus orillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario