sábado, 13 de junio de 2015

Más que amigos


Recordando a los que fueron más que amigos
Carta al fallecido Juan Luis Gonzáles Ripoll y escrita cuando aún vivía.

... Y yo, como gaviota cansada 
sigo arriando mis vuelos en sus orillas.

Cito textualmente palabras de alguien  que refiriéndose a la amistad me decía: A veces necesitamos mucho tiempo, mucho esfuerzo para ir avanzando en el conocimiento de otro, para consolidar una amistad. Suele ser lo habitual. pero sin embargo hay otras ocasiones en las que el avance del conocimiento se produce a una velocidad tan insospechada que nos deja perplejos. Más adelante añadía: Y este es mi caso contigo. ¿Tú puedes decirme cuál es el misterio?
Hoy, querido José Luis, un amigo común me comunicaba por teléfono tu estado de salud y cómo, ingresado en el hospital, preguntabas por mí y expresabas  tu deseo de verme. En la soledad  de esta casa irrumpió un halo de congoja, al tiempo que mis pensamientos, en un vaivén de recuerdos, me devolvían al amigo entrañable de siempre. Al hombre que me distinguió con su más puro afecto. Al  intelectual que, con tan sólo  un encuentro, me aceptó sin límites, a mí, ingenua discípula de sus muchos méritos y virtudes. 
Por eso a ti, querido José Luis, yo te hago hoy a ti la pregunta: ¿Puedes decirme cuál es el misterio? Creo que, en nuestro caso, sé la respuesta: tú, hombre superior,  me valoraste sin competitividades, sin participar en las conjuras de los necios, porque tus alas siempre se alzaron  por los aires limpios de la generosidad y el reconocimiento.
Tu recuerdo hacia mí en este mal trago, si bien me ha invadido de pesar, me ha reconfortado, no obstante, el alma: le importo a alguien: te importo a ti que eres mucho más que alguien. 
¡Cómo recuerdo, y cuánta emoción y agradecimiento  siento por aquel homenaje que organizaste en mi honor! ¡Cómo  te veo y me veo en tu confortable estudio de la calle del Niño Perdido, dándome ánimos, sentada en la alfombra, junto a tus rodillas, leyéndome  fragmentos de mis propias obras, relatándome  maravillas de tu tan querida sierra de Cazorla...!  Allí, amistad y literatura; allí sinceridad y afecto; allí el triste compartir panoramas que ni son de tu mundo, ni tampoco del mío. 
Te quiero, amigo, te necesito. Quédate un poquito más. Ponte bueno. Necesito que me sigas llamando mi escritora, mi amiga. Sólo así sabré  que lo soy, porque tú eres hombre sumamente selectivo y de palabra.

Y se fue, se desvaneció como la espuma de las olas en la playa, y yo, como gaviota cansada sigo arriando mis vuelos en sus orillas.

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