viernes, 10 de julio de 2015

Mitos de nuestro tiempo



Es cierto que está de moda el ir alardeando de buena imagen, mejores raíces y  buen verbo, pregonando  a los cuatro vientos una cierta indiferencia por determinados valores y una excesiva preocupación de que se nos vea lo progres e integrados que estamos en los tiempos que corren. 
Dice Balzac: El hombre, la mujer  que en la moda sólo ve moda, es idiota. Y es que la gran belleza, aquella que es hija de todos los tiempos, las belleza que imanta y arrebata no depende exclusivamente de esa envidiable apariencia que, a base de estar atentos al último grito del consumo  queremos adherir a nuestra piel. 
La belleza y cautivadora figura poco o nada tiene que ver con este frenesí, mito de los tiempos y  fruto de los medios  que nos bombardean con maniquíes,  vacíos de alma, si bien luciendo todos los atributos exigibles para la seducción. Pero, ¡cuántos a la caza de esa suprema imagen descuidan, desprecian lo esencial! También Balzac solía repetir que el espíritu del hombre se adivina por su forma de llevar el bastón, y yo, sin despreciar por supuesto los signos por pequeños, a un  trabajador, cuyo nombre me reservo, que  me ha cautivado por  su educación, nobleza de alma, por  su estilo y clase, quiero decir desde está mi sencilla columna que su halo me ha provocado  profunda  reflexión. 
Y ha sido su saber estar, el confesar humildemente su incultura, su largo tiempo de trabajo en respetuoso silencio, su compostura, su obsesiva complacencia... ¡Cuánto tendríamos que aprender de un aparente vulgar obrero! Jamás deberíamos negar la entrada en nuestra vida a un hombre, mirando sólo su imagen, su apariencia, porque de hacerlo nuestra vida jamás será completa. 
La nobleza de espíritu es lo que importa. La elegancia, el saber estar siempre dónde y cómo nos corresponde, es nobleza con mayúscula, porque no son  las modas lo que de verdad  importa sino el alma que hay bajo ellos.


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