lunes, 6 de octubre de 2008

ALTO Y CLARO

Alto y claro
30/09/2008 ISABEL Agüera
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Me da la risa al recordar la cara de tontos que se nos quedó a todos cuando, finalizada una importante conferencia, se abrió turno de preguntas. El mutis, tenso y hasta espectacular, duró unos minutos en los que, solapadamente, nos mirábamos unos a otros cómo interrogándonos: ¿Tú has oído algo? ¿Tú has entendido algo? ¡Nada de nada!
Más de una hora soportando un tan leve murmullo que ni tan siquiera llegaba a serlo porque el conferenciante, como si repasara una lección de memoria, leía y leía para él solito, mientras la audiencia, disimulando bostezos, soportábamos la tortura de una hora larga de quietud sin oír, ni entender nada.
Hace años aprendí algo que jamás he olvidado, cuando tengo que intervenir en público: Es imprescindible que se produzca la retroalimentación entre orador y oyentes u escuchantes --feedback-- , el cual se traduce en un proceso de compartir, comunicar y al mismo tiempo sentirse alimentado, comunicado por el interés, la atención, etc., del personal.
Cuando hablamos para ser escuchados está claro el objetivo de comunicar nuestro mensaje a fin de lograr cierto efecto en el ánimo de los que escuchan, y el éxito para que así sea depende de una combinación entre talento, que es algo innato, y lo adquirido por la práctica y el estudio. La oratoria es a la vez un arte, una ciencia, una técnica y un instrumento, y el orador debe practicarla con elegancia, brevedad, sencillez, claridad...
¿Qué diría Demóstenes y los célebres helenos, si levantaran la cabeza? Claro que eso, ¿a quién importa, hoy? ¡A bien que no tenemos arrinconados nuestros viejos libros de filosofía, historia, etc.!
Pero yo pienso que es una tremenda falta de respeto, un asalto, un atropello, someter a un público a tales aburrimientos y que por ello habría que detenerse algo más en las forma y, al menos, aprender a leer. ¡Alto y claro, por favor, queridos conferenciantes!
* Maestra y escritora

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