VALORES.
Tiempos en educacion
29/10/2008 ISABEL AG ERA
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Llevo días que, como muletilla instalada en mi cabeza, no ceso de darle vueltas a las últimas estadísticas que he conocido acerca del resultado de la educación y de los alumnos, hoy.
Sin matices, sin lugar a dudas, todo el mundo se engancha al carro de confirmar que sí, que los alumnos de hoy son peores que los de ayer, que saben menos, que se esfuerzan menos, que respetan menos, etc.
Bueno, estas aseveraciones me sacan de quicio porque, los que afirman todo esto en una absurda comparación, posiblemente no hayan reparado en algo esencial: que los alumnos de hoy no son los de ayer, que el concepto de familia de ayer nada tiene que ver con el de hoy, que la sociedad que nos precedió no era ni prima hermana de la actual, que todos somos distintos a lo que fueron nuestros padres y a lo que fuimos nosotros mismos.
No obstante, jamás se tacha de malas amas de casa, de cómodas y déspotas señoras, por ejemplo, a las que ayer lavábamos en pilas y ríos y hoy en cómodas lavadoras. A nadie se le ocurre pensar que el escribir en ordenador sea una comodidad baladí e innecesaria, añorando, así, las viejas máquinas.
El día de hoy nada tiene que ver con el de ayer, ¿por qué, pues, no ocuparnos del presente y hacerle cara como corresponde? Creo que, como dice M. Harold, deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá. Estoy convencida de que, coronar la cima en educación, no es patrimonio de nadie porque su dinámica es tan activa y cambiante como la vida misma.
Hacernos el relevo de la antorcha, sí, mejorar el pasado sí, soñar con un futuro casi imposible, sí, pero sentarnos en el sofá a vivir de añoranzas y comparaciones, no.
Llenemos nuestras vidas de voces, caras, días. Llenémoslas, sobre todo, de ilusiones nuevas, de huellas nuevas que sirvan de referencia mañana.
En educación, como en todo, no hay más tiempo que el presente.
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