DIARIO CÓRDOBA/EDUCACIÓN
13/11/2013
A la puerta de un colegio, cada día, se repetía el mismo
espectáculo: un matrimonio separado pugnaba por llevarse a su pequeña de nueve
años, alumna de mi clase. ¡Se viene conmigo! -gritaba el padre- ¡Se viene
conmigo! -gritaba la madre-. Y se peleaban e incluso agredían a la pequeña,
tirando de ella de un lado para otro.
No sé si con acierto, intervine: creo que lo mejor -dije-
es que hable ella. Tímidamente, la niña dijo: yo quiero estar mejor con mi madre,
porque si me voy con mi padre, ¿quién me va a hacer la comida? ¿Quién me va a
despertar para venir al cole? ¿Quién me va a lavar la ropa? Un compañero de
clase dijo: ¡pues que tu padre aprenda a lavar, a guisar, a... Mi padre
-interrumpió la pequeña- es ya muy grande para ir al colegio, y él lo que sabe
es subir del bar y ver el fútbol.
Increíblemente sorprendida por lo que oía, me dije: En
esta clase tendría que haber una lavadora, una cocina, una plancha... Es cierto
que, hoy por hoy, son muchos los hombres que, por razones laborales de las
mujeres, comparten tareas domésticas, pero no habría que llegar a esa
situación, prácticamente de emergencia, para que, con toda naturalidad, los
varones, desde que son pequeñitos, se concienciaran de que la igualdad real,
respetando, claro está, las diferencias biológicas, consiste en ir de la mano,
hombres y mujeres, en lo que a derechos y deberes respecta.
Y es cierto que en las aulas se les calienta la cabeza a
los alumnos con el tema de la igualdad, pero poco hacemos más allá de airear
palabras. Siempre he creído, y lo sigo creyendo, que el objetivo primero de la
educación debe ser el de preparar a los alumnos para la vida, y la vida hoy
conlleva exigencias sin género.
Atención, pues, a competencias sociales y ciudadanas,
autonomía, etc. En la escuela es donde se aprenden cosas nuevas y donde se
deberían corregir las "viejas".
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