Pues, no, no es sinónimo de energía
el trepidar de vida que llevamos en años jóvenes, cuando nos sentimos fuertes y
hasta guapos. No obstante, personalmente, he tenido que cumplir años para
entender que ese incansable trabajar no era precisamente lo que yo creía, sino un maldito estrés con memoria y todo,
estrés que se tornaría, con el paso de
los años, en una especie de cuerda loca
que se nos dispara a lo más mínimo sin que podamos controlarla y que nos
produce tal nerviosismo, ansiedad, etc. que la vida nos ahoga por momentos. Un
“saltaero” –me contaba una mujer- que no me deja vivir. Por
mi experiencia de persona estresada me
creo en disposición de entender este mal de nuestro tiempo y ante el cual el
individuo que lo padece se siente mal y, paradójicamente, a lo que pueda
parecer, sólo él sabe cuán penosa es su sensación de fatiga. El sistema
nervioso -y esto no lo digo yo, sino profesionales de la psicología- puede ser
considerado como un gobierno. Esto es, como un coordinador que regula la
excitación o el sueño con arreglo a las necesidades del momento. ¿Qué
ocurre en el agotamiento? Ese gobierno, envenenado por el cansancio, deja pasar
los mensajes sin dominio alguno y da lugar a la anarquía total. El buen
funcionamiento de la corteza cerebral depende evidentemente de que las células
nerviosas se hallen en buen estado, y también de la perfecta regulación
realizada por el centro nervioso. Hoy, más que nunca, las necesidades y la carrera de la competitividad nos obliga a
trabajos extra, prescindiendo, como es lógico, de las horas de descanso que
necesitamos para eliminar las toxinas que envenenan las células y nos conducen
al agotamiento que un día nos provocará el “saltaero” que nos pueda conducir al
infarto. Stop a los excesos e impongámonos
tiempo de descanso, sin inútiles
excusas.
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