Hacía frío ya.
Los primeros aguaceros habían asentado el polvo de los jardines.
Todo el paseo era como una misteriosa y repentina caída del otoño.
Atrás quedaban los jugueteos de niños por caminos y fuentes. Atrás, los reposados silencios de los viejos. Atrás, los alegres y cómplices coqueteos de los enamorados.
El paseo era una sombra sin más perfiles que las copas peladas de los plataneros, sin más vida que la de aquel desarrapado y pobre "loco" que seguía paseando encogido como si siempre llevara frío, con la cabeza acurrucada entre los hombros y todo su pequeño cuerpo en un incontrolable tic que se adivinaba entre los pliegues de una vieja gabardina.
Día tras día, en todas las estaciones, recorría, de la mañana a la noche, el paseo, camino del río, y allí, justo en la orilla, entre álamos y cantos de pájaros, se quedaba eclipsado en interminables murmullos que nadie entendía y que más bien parecía como si hablara a la corriente.
La gente, con indiferencia, al verlo pasar, repetía: ¡Cualquier día no vuelve!
¡Pobre loco! ¡Ojalá que vuelva siempre! ¡Ojalá que no le dé por irse con la corriente en busca del mar! ¡Ojalá, cuando llegue la primavera, mis ojos puedan regresarlo de nuevo, como regresan las golondrinas, las flores, las mariposas, los niños, los ancianos… los enamorados.
¿Por qué extraña historia se habría vuelto loco?
¿Acaso estaba cuerdo y nadie lo sabía?
Han pasado años, pero lo sigo viendo, como un bulto, como una sombra que se deslizara ausente de la realidad que éramos todos, que somos todos...
¿Por qué nuestros ojos sólo verán pobres locos, seres humanos que andan sueltos, tragándose, a malas penas, las razones de su locura?
¿Por qué en nuestros corazones no habrá lugar a tantos dementes que sanarían con amor?
¿Por qué será?
¿Por qué estaremos tan ciegos para nuestra locura y seremos tan videntes de la locura de los demás?
¿Por qué al pobre “loco” aquel le daría por ir y venir al río?
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