CANTO A LA VIDA
...Y en este sueño helado de la noche, y en la esperanza del amanecer, que ya se conmueve, te veo, mi querido chiquitín, por fin en este mundo de luz del que tú ya formas parte, como una sonrisa que se dibuja en el aire e ilumina el camino crepuscular de mis sueños, rotos mil veces y recompuestos por el hechizo creador que es la vida. Te veo como el mejor beso que puede llegar a mis mejillas, como la orilla verde y soleada donde mis mejores alas podrán desplegarse y entonar, una vez más, el inmenso himno de la Alegría en este amanecer de luna llena, blanca, maravillosa de octubre.
Tú, mi niño, tan chiquitín, ya tienes rostro, nombre en el archivo de mis grandes amores.
Tú, que nunca sabrás cuánto te hemos deseado, cuánto soñado, cuánto sufrido, llegaste a la vida porque así lo quisieron dos seres humanos que, al amarse, te soñaron y, desde el mismo instante que supieron de ti, contaron las horas con una extraña ilusión que a todos nos transmitían, como pequeñita ola que nos refrescaba en esperanza la rutina de los días. ¡Sí, sí; eras tú!, que, desde la otra orilla, te erigías ya en guía de nuestros vacilantes pasos.
Quiero que sepas que entre lágrimas de alegría, de agradecimiento, de no sé cuántas y extrañas emociones, haces que me sienta, una vez más prolongación maravillosa de un Dios creador que, valiéndose del milagro del amor, una vez más, soplando en nuestro barro, te sacó de la nada.
¡Qué maravillosa madre! Casi niña, pero plena de ternura y amor, clavados sus ojos en ti, como el más bello paisaje descubierto, calla, sonríe, y yo creo que también llora. Y tu padre, nerviosillo, se infla cuando repetidamente escucha: ¡Igualito al padre!.
Yo, nada, mi canto a la vida y mis gracias a Dios.
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