lunes, 14 de abril de 2008

JÓVENES Y ADULTOS

Con motivo de la publicación de mi última obra en la que la protagonista, una adolescente, escribe y se expresa en primera persona, la pregunta obligada era ésta: ¿Y cómo es que conoces tan bien a los jóvenes? Sinceramente he sido yo la sorprendida, dado que esta interrogante venía a ser como una extraña concepción del adulto, alejado, se supone, de la realidad de su mundo.
Y no es así, al menos en mi caso y en mi obsesivo deseo de investigar todo aquello relativo a la condición humana desde cualquier edad, posibilidad o circunstancia.
Y, para tales fines, entre otros, he descubierto años ha un sustancioso y divertido filón por donde navegar oteando horizontes lejanos y tal vez absurdos, pero que me sirven de maravilla para enriquecer mi decidida vocación humanística y hasta filosófica, acerca de los más variopintos aspectos del ser humano: sí, me refiero a los chat. A veces conecto con jóvenes, chicos y chicas que sin tapujos hablan de todo, se expresan en un singular lenguaje y sus mensajes suelen carecer de seriedad, si bien tras ellos es evidente la lectura de su problemática vida en la que el futuro no solo es un lejano horizonte sino una muy negra perspectiva.
Y es curiosa e interesante a la conclusión que he llegado: no hay años de por medio en lo virtual. No son los años los que nos separan sino la mala digestión que hacemos unos y otros acerca de un mundo que compartimos como escenario pero en el que los roles que hemos adoptado nos han configurado en determinada e inamovible línea.
Válida o no, he acuñado una frase que me aplico con frecuencia: me creo mejor las mentiras que yo me cuento que las verdades que me cuentan los demás.
Y ahí radica el quid: los jóvenes se creen mejor sus mentiras que nuestras verdades tan impregnadas, la mayoría de las veces, de manidos convencimientos acerca de todo.

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