Dice Daniel Pennac, prestigiosa pluma del panorama francés, que el verbo leer no admite el imperativo, sino que su uso como tal mandato ha sido la causa de muchos rechazos viscerales a la lectura. Los hombres, todos los hombres, deberían leer con la naturalidad con que hablan y con la cotidianidad con que se relacionan entre si, porque leer es una parte más de la vida, mediante la que podemos ponernos en contacto con otros mundos, con otros sueños, con otros pensamientos, con otras ilusiones, con otras penas...
Fernando Savater dice: que algunos habitamos la tierra como lectores y que todo el resto de lo que hacemos es una consecuencia de haber leído o un pretexto para seguir leyendo.
La lectura hace al hombre más crítico y, sobre todo, más libre. Como en los emocionantes versos de Miguel Hernández imaginando la risa de su hijo recién nacido, un libro me hace libre / me pone alas. / Soledades me quita / cárcel me arranca
José Antonio Marina dice que huir de la lectura es:
Huir del argumento de la razón, de la claridad, del análisis, de la capacidad de crítica. Es en último término, abdicar de la libertad. La ignorancia es iletrada, Esto conviene repetirlo en un momento en que estamos a punto de naufragar en la fascinación de las redes. Quien piense que conectarse con INTERNET supone algún progreso o entraña algún aumento de conocimiento es un ignorante tecnológico. En la red se encuentra sólo lo que se sabe leer.
Efectivamente, en el mundo actual es cada día más importante el aprendizaje y quien más aprende es, se quiera reconocer o no, quien más lee y quien mejor lee.
Celia, personaje de Elena Fortun dice: A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo que me pasa me parece que lo he soñado antes... Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna parte y al se olvida. En cambio lo que está escrito es como si hubiera pasado siempre.
No obstante, y con referencia a la lectura en los niños, entre padres y maestros, primero, y con el gran abanico de ocio que hoy día compiten ventajosamente con la lectura, provocan cada vez más continuos desencuentros entre los pequeños y los libros.
La lectura es un valor, y su práctica habitual rebasa el ámbito escolar al que con mucha naturalidad, los padres asocian casi en exclusiva.
La lectura no debe ser considerada simplemente como un proceso más de aprendizaje, sino sobre todo porque mediante su dominio se adquirirán destrezas, actitudes, competencias que le van a resultar imprescindibles en la vida cotidiana y en su integración, con posibilidades, en la sociedad.
De ahí que la familia, los padres deben adquirir conciencia de su gran responsabilidad, así como de la definitiva influencia que sus hábitos lectores, por un lado y su colaboración, por otro, puede ser determinante en el valor que para los pequeños resulte la práctica lectora.
No basta con mandar leer. Hay que leer con los hijos, compartir sus libros, comentarlos, transcenderlos a la vida real para censurar, aplaudir, opinar, etc. tanto acerca de su contenido como del proceder de sus personajes, etc. En una retrospección veo a mi padre con el Quijote entre las manos, y a mi madre con Las Mil y unas Noches... Estos fueron mis primeros libros cuando aún sólo sabía deletrear.
Y termino con unas reflexiones de Chesterton, ese genial maestro contemporáneo de la paradoja y del sentido común se sorprendía de lo absurdo de un mundo, como el nuestro, que valora socialmente más la actividad de un educador que enseña la regla de tres a cincuenta alumnos que la de una madre que enseña a su hijo todo sobre la vida. Todo el énfasis sobre la importancia de la educación para el progreso de un pueblo, los acalorados discursos de nuestros políticos sobre la necesidad de reformar permanentemente la educación para hacerla más efectiva, los aumentos de la partida de Educación en los Presupuestos Generales del Estado, son palabrería hueca o argumentación inconsistente, cuando casi nada ayuda a fomentar la dedicación de tiempo y de calidad a la forma más universal de educación, la educación privada en el hogar, pues comparada con ella, la educación pública en la escuela puede resultar estrecha y limitada.
El hogar sigue siendo el aula por excelencia, y la familia el núcleo básico de transmisión de todos los valores
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